miércoles, 19 de octubre de 2016

UNA LECCIÓN DE VIDA


Serafín era un viejo mendigo que deambulaba por las calles de la ciudad.  A su lado, su fiel escudero, un perro callejero que entendía por el nombre de Moteado. 
Serafín no pedía dinero.
Aceptaba siempre un pan, un plátano, un pedazo de torta o un almuerzo hecho con las sobras de comida de los más ricos.
Cuando su ropa ya no daba para más, siempre era socorrido por algún alma caritativa.  Cambiaba su apariencia y era el blanco de las bromas.
Serafín era conocido como un hombre bueno, que había perdido la razón, la familia, los amigos e incluso la identidad.
No bebía bebida alcohólica, estaba siempre tranquilo, incluso cuando no había recibido ni un poco de comida.
Decía siempre que Dios le daría un poco en la hora precisa, y siempre en la hora que Dios determinaba, alguien le regalaba una porción de alimentos. 

Serafín agradecía con reverencia y oraba a Dios por la persona que lo ayudaba.
De todo lo que le daban o encontraba, le daba primero a Moteado  que paciente, comía y se quedaba esperando por un poquito más.
No tenían donde dormir; en donde anocheciera, ahí dormían. Cuando llovía, buscaban abrigo debajo del puente, y ahí el mendigo quedaba meditando con la mirada perdida en el horizonte.
Aquella figura me dejaba siempre pensativo, pues yo no entendía aquella vida vegetativa, sin progreso, sin esperanza y sin un futuro prometedor.
Cierto día, con la disculpa de ofrecerle unos plátanos fui a conversar un poco con el viejo Serafín.
Inicié la conversación hablando de Moteado, le pregunté qué edad tenia el perro, cosa que Serafín no sabía. Decía no tener idea, pues se encontraron un día cuando ambos andaban por las calles y me dijo:
Nuestra amistad comenzó con un pedazo de pan.  El parecía estar hambriento, yo le ofrecí un poco de mi almuerzo y él lo agradeció moviendo el rabo.  Desde entonces no me ha abandonado.  El me ayuda mucho y yo le retribuyo esa ayuda siempre que puedo.
Curioso, pregunté:
¿Como se ayudan ustedes?.
El me vigila cuando estoy durmiendo; nadie puede acercarse, porque él ladra y ataca. También cuando él duerme, yo quedo vigilando para que otro perro no lo incomode.
Continuando la conversación, pregunté:
Serafin, ¿usted tiene algún deseo en la vida?.
, respondió él – tengo deseos de comer un perrito caliente, de aquéllos que Teresa vende allí en la esquina.
- ¿Sólo eso? - le dije.
Sí, en este momento es sólo eso lo que deseo.
-   Pues bien, voy a satisfacer ahora ese gran deseo.
Salí y compré un perrito caliente para Serafín.  Regresé y se lo entregué. El abrió sus ojos, me dio una sonrisa, agradeció el regalo y enseguida sacó la salchicha, se la dio a Moteado y él se comió el pan con el aderezo.
No entendí aquel gesto del mendigo, pues imaginaba que la salchicha era el mejor pedazo.
No me contuve y le pregunté intrigado:
¿Por qué usted le dio a Moteado la salchicha?.
El con la boca llena respondió:
Para el mejor amigo, ¡el mejor pedazo!.
Y continuó comiendo, alegre y satisfecho.
Me despedí de Serafin, pasé la mano por la cabeza de Moteado y salí pensando...
Aprendí que es bueno tener amigos. Personas en quien podamos confiar. 
Por otro lado, es bueno ser amigo de alguien y tener la satisfacción de ser reconocido como tal.
Jamás olvidaré la sabiduria de aquel hermitaño: "PARA EL MEJOR AMIGO, ¡EL MEJOR PEDAZO!“.
 Autoria: Innocêncio de Jesus Viégas
Traduccion: Neny Garcia