miércoles, 31 de mayo de 2017


Sigue Adelante


Ferruccio era originalmente un agricultor que tenía conocimientos de mecánica. Para mejorar sus cultivos ideó fabricar mejores tractores. 

Creó una empresa de tractores a la que finalmente dedicó todos sus esfuerzos. 

Finalmente, su negocio tuvo tanto éxito que fue uno de los hombres más ricos de Italia. 

Con su fortuna se dio caprichos que antes no podía. Incluso se llegó a comprar un Ferrari último modelo. 

Sin embargo el Ferrari del que era propietario le empezó a dar problemas en su funcionamiento. 

Al ser él mismo un buen mecánico trató de solucionar el problema por su cuenta. 

Descubrió que su Ferrari tenía el mismo embrague utilizado en uno de sus tractores que fabricaba. 

Como es lógico Ferruccio se llenó de rabia porque entendía que un modelo deportivo como el Ferrari necesitaba piezas de mayor calidad que las que monta un modesto tractor agrícola. 

Ni corto ni perezoso se dirigió a la sede central de Ferrari en Módena para quejarse de la baja calidad de un componente tan importante en un deportivo. 

Enzo Ferrari, dueño de Ferrari, no lo trató de buena manera  y afirmó que el problema era debido al agricultor Ferruccio y no debido al precioso automóvil que fabricaba. 

Ferruccio se sintió insultado. 

Tanto fue su impotencia y rabia al ser tratado tan injustamente que se comprometió a hacer un coche digno de superar a un Ferrari. 

Sus esfuerzos se tradujeron en la creación y desarrolló de uno de los automóviles más potentes y renombrados que compite con los últimos modelos de Ferrari hoy en día. 

Por cierto, ¿te he dicho cuál es el nombre completo Ferruccio? 

Se llamaba Ferruccio Lamborghini. 

Cuando el mundo te diga “NO” o que “Tú No Puedes”, recuerda a Ferruccio Lamborghini, llénate de fuerzas, sonríe y sigue adelante.

La lechera soñadora


Una lechera llevaba en la cabeza un cubo de leche recién ordeñada y caminaba soñando despierta. 

Pensaba: 

Esta leche dará mucha nata, la cual batiré hasta convertirla en una mantequilla que me pagarán muy bien en el mercado. 

Con el dinero me compraré un canasto de huevos y pronto tendré pollitos. 

Cuando crezcan los venderé a buen precio, y con el dinero me compraré un vestido nuevo. 

Me lo pondré el día de la fiesta mayor, y el hijo del molinero querrá bailar conmigo. Pero no voy a decirle que sí a la primera. Esperaré a que me lo pida varias veces y, al principio, le diré no con la cabeza”. 

La lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no, y entonces el cubo de leche cayó al suelo y la lechera se quedó con nada. 

Lección: 

Muchas veces las personas “pecan” por soñadoras. 

Es decir, se imaginan todo lo que podrán hacer… una vez que tengan dinero, cuando consigan sus primeras ventas, sus primeros clientes, etc. 

Un verdadero emprendedor sueña, pero tiene los pies en la tierra, y sabe que para lograr lo que siempre ha querido tiene que actuar… y actuar ahora. 

¿Sueñas con ser feliz?… 

¡Entonces actúa ahora mismo!

martes, 30 de mayo de 2017

Las mentiras tienen patas cortas
A mi padre le regalaron una armónica cuando tenía 15 años. Él nunca aprendió a tocarla. En su casa estaba lleno de libros en francés y alemán; pero él jamás balbuceó una sola palabra en otro idioma. Sin embargo, me decía que hablaba esos idiomas a la perfección y que de niño era el mejor de su clase con ese instrumento.
Cuando yo tenía 10 años le pedí que me enseñara a tocar la armónica. Me miró con los ojos apagados y presa de la vergüenza y me confesó que no sabía tocarla.
Desde entonces sólo una pregunta se aloja en mi mente cada vez que pienso en mi padre. ¿Por qué había estado mintiéndome todo ese tiempo? Hace unas semanas me lo contó todo.
Cuando mi padre era chico su madre le decía que ella sabía muchísimas cosas que él no tenía ni siquiera idea de que existían; cuando él le preguntó, siendo ya mayor, por qué le había mentido, su respuesta fue clara: “el poder lo inventamos y lo mantenemos forzando las palabras, llevando al límite el sentido de la verdad“. Y él agrego: “Es decir, creando una realidad donde hagamos ciertas aquéllas cosas que en el fondo de nuestra alma sabemos que no lo son”.
Esta tarde, mi hija de 7 años ha visto la armónica que guardo en uno de los cajones de mi escritorio y me ha pedido que le toque una canción; mientras lo hacía pensaba en mi padre: en lo mucho que se había perdido por no aprender a tocar ese instrumento bellísimo y, sobre todo, por haberme mentido.

Hace muchos años que no lo veo; debe tener el pelo del color de la abuela, blanco y rígido. Nada se resiste al paso del tiempo; por mucho que luchemos contra la verdad ella siempre tiene la última palabra.

miércoles, 3 de mayo de 2017


El Condor
Un catamarqueño, que andaba por la cordillera, encontró entre las rocas de las cumbres un extraño huevo. Era demasiado grande para ser de gallina y demasiado chico para ser de avestruz.
No sabiendo lo que era, decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a la patrona, que justamente tenía una pava empollando una nidada de huevos recién colocados. Viendo que más o menos eran del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a este debajo de la pava clueca.
Dio casualidad que para cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de las cumbres. Y aunque resultó un animalito no del todo igual, no desentonaba demasiado del resto de la nidada, Y sin embargo se trataba de un pichón de cóndor.
Como no tenía de donde aprender otra cosa, el bichito imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, seguía a la pava en busca de gusanitos, semillitas y desperdicios, escarbando la tierra. Vivía  en el gallinero, de noche se subía a las ramas del algarrobo por miedo de las comadrejas y otra alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo lo que veía hacer a los demás.
A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo cuando estaba a solas. Pero no era frecuente que lo dejaran solo. El pavo no aguantaba la soledad, ni soporta que otros se dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandada sacando pecho para impresionar, abriendo la cola y arrastrando el ala. Cosa muy típica de estos paja rones, que a pesar de ser grandes, no vuelan.
Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las alturas, nuestro animalito quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un sacudón en lo profundo de  su ser. Algo así como un llamado viejo que quería despertarlo en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida, no lograban distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. ¿Y él, por qué no volaba así? El corazón le latió, apresurado y ansioso.
Pero en ese momento se le acercó una pava preguntándole lo que estaba haciendo. Se rió de él cuando sintió su confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos estaban en otra cosa. Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde había encontrado mucho frutita madura y todo tipo de gusanos.
Desorientado el pobre animalito se dejó sacar de su embrujo y siguió a su compañera que lo devolvió a la pavada. Retomó su vida normal, siempre atormentado por una profunda insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño.
Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a viejo, un día murió. Sí, lamentablemente murió en la pavada como había vivido.

¡Y pensar que había nacido para las cumbres!